Primeras impresiones de Marruecos.


En la mezquita de Hassan II, la segunda más grande del Mundo islámico.


Ha pasado ya más de una semana desde mi aterrizaje en Casablanca, tiempo suficiente para extraer unas primeras impresiones. Si bien ya me habían advertido que España y Marruecos, pese a ser dos vecinos próximos son muy distintos entre sí, me han bastado unos días aquí para constatar este hecho. Basta con acudir al informe del Índice de Desarrollo Humano que sitúa a Marruecos en la posición 129 o el de Amnistía Internacional que resalta la desigualdad existente entre estos dos países, equiparable a la de México con EE.UU, algo que preocupa  en un periodo turbulento como el actual.


Casablanca (Dar Beyda en lengua local), dentro del reino alauí, es una especie de Oasis de prosperidad aunque lleno de contrastes. La ciudad que fue diseñada por portugueses bajo el nombre "Casa Branca" creció especialmente bajo el protectorado francés que le convirtió en su joya de la corona. Ese esplendor colonial, se manifiesta en su arquitectura Art Decó, su apertura comercial y sobre todo un especial espíritu emprendedor que convierte a la ciudad en la capital económica de Marruecos y sin duda una de las más pujantes del Continente africano. No en vano, la intención del Monarca es potenciar el papel estratégico de Marruecos como hub de entrada al Oeste de África. Sin entrar en análisis más pormenorizados, que dejo para futuras entradas, si me gustaría destacar dos aspectos que me han llamado la atención en estos primeros días.

La primera es el caos circulatorio. Si bien, ya me había informado de qué Casablanca no es una ciudad apta para cardíacos, no me había imaginado que llegaba hasta este punto. La imagen, nada más aterrizar para dirigirme al centro de la ciudad, fue la de un taxi absolutamente destartalado: un Viejo Mercedes de los años 70, con la tapicería roída, sin cinturones de seguridad, ni respaldo en los asientos. Por si fuera poco, el taxista en su afán por emular a los mejores pilotos de rally, circulaba a más de 150 km/h, adelantando de forma temeraria a todo el que podía. Todo ello, mientras hablaba por el móvil con una mano y con la otra alternaba el cigarro con una especie de polvo que inhalaba de cuando en cuando, ante mi cara de incredulidad me tranquilizó confirmando:"C'est la drogue marrocaine, très bonne"("Es la droga marroquí, muy buena"). La sensación de ir en manos de un conductor ebrio y drogado es algo que recomendaría a todo amante de la adrenalina. Para rematar la faena, a lo largo del trayecto, el taxista decidió repostar en la gasolinera en un momento dado, todo ello sin apagar el motor lo que me hizo pensar que en cualquier momento saltaría por los aires.

Junto a la conducción, el otro aspecto que llama la atención es la situación lingüística. Si bien el francés sigue muy extendido en el Mundo de los negocios y sobre todo entre la élite social, no lo está tanto como preveía. Al ir por la calle y y entrar en locales restaurantes, muchos de los empleados tienen dificultades para  comunicarse en un francés fluido, especialmente los más jóvenes que prefieren comunicarse en "darija", árabe dialectal. Esto tiene dos posibles explicaciones. La primera es el hecho de que el éxodo rural se ha exacerbado a raíz de los últimos años de sequía, por lo que es cada vez más la población que huye del campo en búsqueda de oportunidades en la ciudad en especial Casablanca, polo de riqueza. 

Por otro lado, en un plano más político, la "islamización" se plasma en todos los frentes con la construcción de múltiples mezquitas y la sustitución de todos los nombres franceses en las calles por nombres locales. Este intento por borrar todo el legado colonial llevó a que el gobierno suprimiese el francés de la enseñanza pública obligatoria durante unos años lastrando a toda una generación de jóvenes incapaces de desenvolverse con fluidez en la lengua de Voltaire. 

Lo que parece evidente es que Marruecos es un lugar de contrastes donde hay que abandonar todas las impresiones preconcebidas. Es necesario un tiempo aquí para apreciar la magnitud del desconocimiento mutuo existente a ambos márgenes de lo que lo que los romanos llamaban "Mare Nostrum": El Mar Mediterráneo.




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