El horror de los albinos en Africa




                     Se suele decir que no es fácil ser negro en un continente lleno de blancos pero tampoco  debe ser sencillo ser blanco en el continente negro. Los largos años de dominación colonial han dejado una huella difícil de borrar que aún sobrevive en la vida cotidiana. El odio al blanco encuentra múltiples representaciones en los distintos lenguajes autóctonos y representaba en su momento una especie de complicidad entre la población como manifestación de su rechazo a la dominación colonial. Se estima que en Europa  nace un albino de cada 20 000 habitantes. 


En Africa en cambio, por los problemas de endogamia y el carácter hereditario su presencia es mucho mayor y se estima que nace un albino de cada 4 000 habitantes[1]. Dicho colectivo  esta especialmente en riesgo debido a la alta radiación solar de estos países y la ausencia del tratamiento adecuado que les hace especialmente proclives a contraer enfermedades como el cáncer de piel con una esperanza de vida que en muchos casos no supera los 30 años. Pero sin duda el mayor sufrimiento es el ser víctima de una exclusión social por parte de sus propios conciudadanos debido a su color de piel: "Soy albino y no quiero tener amigos 'negros', ellos no son amables; estoy bien con la gente del mismo color que yo", señalaba un niño en un entrevista concedida reflejando el desamparo de este colectivo.
Álbino en África

                Lo cierto es que a los albinos en Africa se les hace la vida imposible, les es muy difícil encontrar trabajo e integrarse en sus Sociedades respectivas, su particular apariencia física les otorga además un aspecto siniestro de cara a los demás que en ven ellos criaturas “ diabólicas”. En Países del Sureste de África como Tanzania, Rwanda o Burundi, donde los ritos animistas y la magia negro están muy extendidos [2]los albinos se han convertido en las cabezas de turco.  Pese a las cifras oficiales, los ritos de magia negra siguen muy presentes y se considera que en países como Mozambique o Zimbabwe por ejemplo son practicados por más del 70 % de la población. En el caso del los albinos se considera que su presencia es sinónimo de mala suerte e infortunio, de ahí que su “ caza “ sea una pieza codiciada en los ritos de magia negra. Este tipo de ritos consisten  por ejemplo en amputar una extremidad  o beber su sangre que según las creencias ancestrales puede llegar a curar enfermedades[3] o ganar dinero. Hasta 1600 euros se puede llegar a cotizar una pieza de un albino entre los chamanes responsables de las ceremonias, en estos casos no se busca su muerte sino la amputación o mutilación por lo que se les obliga a seguir viviendo con gran sufrimiento.

                Dicha práctica alcanza cotas insospechadas en países como Tanzania donde la magia negra está tan extendida que hasta los políticos más importantes se encomiendan a los chamanes para poder ganar las elecciones[4]. Como denuncia Jon Sistiaga en su célebre reportaje “ Los Blancos de la Majia Negra” se estiman en más de 60 los asesinatos de albinos en este país en los últimos tres años y la cifra puede ser aún mayor, ello obliga a someterles a extrema protección para no ser víctimas de estos ritos. Ante tal escándalo que conmocionó a la comunidad internacional, el Gobierno tanzano se vio obligado a ilegalizar este tipo de prácticas aunque de facto son muy difíciles de controlar. “La culpa la tienen todos los mitos extendidos por los brujos de que los albinos tienen algunos poderes mágicos y que sus órganos pueden utilizarse en pociones mágicas para conseguir que los ricos sean más ricos o triunfen" denuncia Vicky Ntetema, directora de la Fundación Under the Same Sun para la protección de albinos [5].  Todo ello ha llevado a muchas ONGs a intervenir en el rescate de niños albinos y evitar que los niños sufran este tipo de rechazo entre sus conciudadanos

                En definitiva parece que aún en pleno Siglo XXI subsisten prácticas ancestrales que hacen que un determinado colectivo como el de los albinos  sea objeto de los más terribles ritos. La solución de este problema no consiste obviamente en implantar tal o cual o medida legislativa sino en implantar una verdadera conciencia social que consiga erradicar este tipo de prácticas que en el fondo no son más que una vía de escape de la pobreza para las poblaciones más ignorantes. La labor clave por lo tanto les corresponde a los dirigentes de estos países que deben canalizar la información para que llegue a los sectores más desfavorecidos.




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